Stiglitz : Estamos jugando con los bancos, con la energía nuclear y con el planeta

13 de Abril de 2011 - Destacados

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía año 2001

Las consecuencias del terremoto en Japón especialmente la crisis actual en la planta nuclear de Fukushima resuenan en tono grave para los observadores del colapso financiero estadounidense que precipitó la Gran Recesión. Ambos eventos dejan lecciones descarnadas sobre riesgos y sobre lo mal que los mercados y las sociedades los manejan.

Por supuesto, en un sentido, no hay comparación entre la tragedia del terremoto que arrojó más de 25.000 muertos o desaparecidos y la crisis financiera, a la que no puede atribuírsele ningún fuerte padecimiento físico similar. Pero cuando se trata del desastre nuclear en Fukushima, ambos eventos tienen algo en común.

Los expertos en industrias tanto nucleares como financieras nos aseguraron que la nueva tecnología casi había eliminado el riesgo de catástrofes. Los hechos demostraron lo contrario: no sólo existieron los riesgos, también sus consecuencias fueron tan impresionantes que fácilmente borraron todos los supuestos beneficios de los sistemas que los líderes de esos sectores promovían.

Magos de las finanzas Antes de la Gran Recesión, los gurúes económicos de Estados Unidos desde el titular de la Reserva Federal hasta los titanes de las finanzas se jactaban de haber aprendido a dominar el riesgo. Los instrumentos financieros “innovadores” como los derivados y los swaps de incumplimiento crediticio permitieron que el riesgo se distribuyese por toda la economía.

Hoy sabemos que engañaron no sólo al resto de la sociedad, sino que incluso se autoengañaron.

Y resultó que estos magos de las finanzas no entendían las complejidades del riesgo, y menos aún los peligros planteados por “distribuciones fat-tail o distribuciones estadísticas con variaciones altas por valores muy altos en los extremos”, un término estadístico que alude a eventos infrecuentes con consecuencias enormes, algunas veces conocidos como “cisnes negros”.

Los eventos que supuestamente iban a suceder una vez por siglo o aun una vez en la historia del universo se repitieron cada diez años. Peor aún, no sólo fue la frecuencia de estos sucesos ampliamente subestimada, sino también el daño astronómico que causarían, algo como los desastres que siguen persiguiendo a la industria nuclear.

La investigación en economía y psicología nos ayuda a entender por qué manejamos tan mal estos riesgos. Tenemos una base empírica limitada para juzgar eventos infrecuentes, por eso es difícil llegar a buenas estimaciones. En tales circunstancias, debemos apelar a algo más que una expresión de deseos: podríamos tener algunos incentivos para pensar detenidamente en todo. Por el contrario, cuando otros soportan el costo de los errores, los incentivos favorecen el autoengaño. Un sistema que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias está condenado a manejar mal el riesgo.

De hecho, todo el sector financiero padecía problemas de agencias y externalidades. Las agencias de crédito tenían incentivos para dar buenas calificaciones a valores de alto riesgo producidos por los bancos de inversiones que les estaban pagando. Los creadores de las hipotecas no cargaron con ninguna consecuencia por su irresponsabilidad, e incluso quienes se dedicaron al préstamo predatorio o crearon y negociaron valores destinados a dar pérdida lo hicieron de maneras que los protegieron de juicios criminales y civiles.

Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿nos esperan otros eventos que se comporten como “cisnes negros”? Lamentablemente, algunos de los grandes riesgos que realmente enfrentamos hoy son, más bien, ni siquiera eventos infrecuentes.

La buena noticia es que tales riesgos pueden ser controlados con escaso o ningún costo. La mala noticia es que hay una fuerte oposición política al control de estos riesgos, porque hay gente que se beneficia con el statu quo.

Hemos visto dos de los grandes riesgos en los últimos años, pero hicimos poco para controlarlos. En algunos sentidos, el modo en que fue manejada la crisis puede haber aumentado el riesgo de un futuro colapso financiero.

Los bancos demasiado grandes para caer, y los mercados en los que participan, hoy saben que pueden esperar ser rescatados si tienen dificultades. Como resultado de este “riesgo moral”, estos bancos pueden endeudarse en términos favorables, lo que les confiere una ventaja competitiva basada no en una performance superior sino en la solidez política.

Aunque algunos de los excesos en la toma de riesgo fueron eliminados, continúa el empréstito predatorio y el trading desregulado en oscuros derivados en los mercados over the counter.

Las estructuras de incentivos que alientan la toma de riesgo excesiva prácticamente no cambiaron.

Entonces, también, mientras Alemania cierra sus viejos reactores nucleares, en Estados Unidos y en otros países hasta las plantas que tienen el mismo diseño defectuoso de Fukushima siguen operando. La existencia misma de la industria nuclear depende de los costos de subsidios públicos ocultos soportados por la sociedad en caso de desastre nuclear, así como los costos de la disposición todavía no resuelta de los desechos nucleares. ¡Demasiado para un capitalismo sin límites! Para el planeta, existe otro riesgo, que, como los otros dos, es casi una certeza: el calentamiento global y el cambio climático. Si hubiese otros planetas a donde ir a bajo costo en caso de que se produzca el desenlace casi seguro pronosticado por los científicos, uno podría decir que es un riesgo que vale la pena correr. Pero no los hay, entonces no vale la pena.

La opción nuclear Los costos de reducir las emisiones palidecen en comparación con los posibles riesgos que enfrenta el mundo. Y eso es verdad aún si descartamos la opción nuclear (cuyos costos siempre subestimamos).

Por cierto, las empresas de carbón y petróleo sufrirían, y los países más contaminadores como Estados Unidos obviamente pagarían un precio más alto que aquellos con un estilo de vida menos despilfarrador.

Al final, los que juegan en Las Vegas pierden más de lo que ganan. Como sociedad, estamos jugando con nuestros grandes bancos, con nuestras instalaciones de energía nuclear, con nuestro planeta. Al igual que en Las Vegas, los pocos afortunados los banqueros que ponen nuestra economía en riesgo y los dueños de las compañías de energía que ponen a nuestro planeta en riesgo posiblemente salgan ganando. Pero en promedio y casi con seguridad, nosotros, como sociedad, al igual que todos los jugadores, perderemos.

Esa, lamentablemente, es una lección del desastre del Japón que seguimos desatendiendo bajo nuestra propia responsabilidad.

Autor: Joseph Stiglitz – Premio Nobel de Economía

Traducción: Susana Manghi

Fuente: Clarín – Argentina

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