Las humanidades son el futuro de la economía digital y la tecnología

13 de Julio de 2017 - Destacados

A los estudiantes universitarios de Humanidades se les plantea siempre la misma pregunta. La escuchan tan a menudo –y en boca de tanta gente– que sus títulos deberían llevarla impresa. Esa pregunta, que plantean amigos, asesores y familiares, es: “¿Qué piensas hacer con tu licenciatura?”. Sin embargo, bien podría ser esta otra: “¿Para qué sirven las letras?”.

Según tres nuevos libros, la respuesta es: “Para bastantes cosas”. Desde Silicon Valley hasta el Pentágono, la gente empieza a darse cuenta de que para abordar con eficacia los mayores desafíos de la sociedad y la tecnología necesitamos pensar de manera crítica en su contexto e implicaciones humanas, algo para lo que precisamente están bien preparados los titulados “de letras”. Puede llamarlo, en alusión a la película dirigida por Jeff Kanew, la venganza de los empollones del cine, la historia y la filosofía

En The Fuzzy and the Techie, el inversor de capital riesgo Scott Hartley apunta a la “falsa dicotomía” entre las humanidades y las ciencias. Algunos líderes industriales proclaman a los cuatro vientos que estudiar cualquier cosa que no pertenezca a uno de los campos CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) supone un error si se quiere conseguir un puesto de trabajo dentro de la economía digital. Para muestra, una de las sentencias emitidas por el cofundador de Sun Microsystems, Vinod Khosla: “Tan solo una parte muy pequeña de lo que se enseña en el área de Humanidades hoy es relevante para el futuro”.

Hartley cree que esta mentalidad “solo CTIM” se equivoca por completo. El principal problema es que anima a los alumnos a que sustituyan la visión vocacional de su educación por pensar solo en términos de los trabajos para los que se preparan. Pero las barreras de entrada para los puestos técnicos se están reduciendo también. Muchas tareas que antes requerían una formación especializada se pueden realizar ya con una serie de herramientas sencillas e internet. Por ejemplo, un programador novato puede lograr que un proyecto arranque a partir de paquetes de código de GitHub y ayuda de Stack Overflow.

Si queremos preparar al alumnado para resolver problemas humanos a gran escala, sostiene Hartley, hemos de animarles a ampliar, y no a limitar, su educación e interés. Hartley enumera una larga lista de líderes tecnológicos que tienen licenciaturas de letras. Para mencionar a tan solo unos pocos: Stewart Butterfield de Slack, Filosofía; Jack Ma de Alibaba, Filología inglesa; Susan Wojcicki de YouTube, Historia y Literatura; Brian Chesky de Airbnb, Bellas Artes. Por supuesto, explica Hartley, necesitamos expertos técnicos, pero también personas que entiendan los por qués y cómos del comportamiento humano.

Lo que importa ahora no son las capacidades que tenga una persona, sino cómo piense esa persona. ¿Puede plantear las preguntas correctas? ¿Sabe cuál es el problema que se intenta resolver? Hartley aboga por una verdadera educación de “artes liberales”, una que incluya tanto ciencias “duras” como materias más “blandas”. Una experiencia educativa bien equilibrada, afirma, abre a las personas nuevas oportunidades y les ayuda a desarrollar productos que respondan a necesidades humanas reales.

El contexto humano también es el enfoque de Cents and Sensibility, escrito por el profesor de humanidades de la Universidad Northwestern (EEUU) Gary Saul Morson y el profesor de economía Morton Schapiro, del mismo centro. Los autores sostienen que cuando un modelo económico se queda corto se debe a la falta de entendimiento humano. La economía tiende a ignorar tres cosas: el efecto de la cultura sobre la toma de decisiones, la utilidad de la historia para explicar las acciones de la gente y las consideraciones éticas. Las personas no existen en un vacío. Tratarlas así es tanto reduccionista como potencialmente perjudicial.

Buscar lo humano, buscar el detalle

La solución de Morson y Schapiro es la literatura. Sugieren que los economistas podrían mejorar su conocimiento sobre lo humano a partir de la lectura de las obras de grandes novelistas, quienes tienen una visión sobre las personas más profunda que muchos científicos sociales. Mientras los economistas tienden a tratar a las personas como abstracciones, los novelistas profundizan en los detalles. Para ilustrar este argumento, Morson y Schapiro preguntan: ¿cuándo ha logrado un modelo o caso de estudio científico describir a una persona de manera igual de viva que describió Tolstói a Anna Karénina?

Las novelas también nos pueden ayudar a desarrollar nuestra empatía. Las historias, después de todo, nos meten en las vidas de los personajes, obligándonos a ver el mundo como lo hacen otras personas. (Morson y Schapiro añaden que aunque muchos campos de estudio forman para empatizar, solo la literatura ofrece la oportunidad de practicarlo).

Sensemaking: The Power of Humanities in the Age of the Algorithm, escrito por el consultor de estrategia Christian Madsbjerg, recoge el planteamiento de Morson y Schapiro y lo lleva de vuelta a Hartley. Madsbjerg argumenta que a menos que las empresas se tomen la molestia de entender a los seres humanos que se esconden detrás de sus conjuntos de datos, se arriesgan a perder por completo el mercado en los que operan. Defiende que el conocimiento cultural profundo que necesitan los negocios no surge de investigaciones de mercado impulsadas por datos, sino del estudio empujado por humanos de textos, idiomas y personas.

Madsbjerg cita al vehículo Lincoln, la marca de gama alta de Ford y que hace tan solo unos años ocupaba una posición tan rezagada frente a BMW y Mercedes que la empresa casi detiene su producción. Los ejecutivos de Ford sabían que volverla competitiva de nuevo significaría vender más coches fuera de Estados Unidos, sobre todo en China, el próximo gran mercado de lujo. Así que empezaron a estudiar cómo experimentan, no solo conducen, los coches clientes de todo el mundo. Durante el transcurso de un año, representantes de Lincoln se dedicaron a hablar con clientes sobre su vida diaria y lo que significaba “lujo” para ellos. Gracias a ello, la compañía descubrió que en muchos países el transporte no representa la máxima prioridad de los conductores. Los coches son vistos más como espacios sociales y lugares donde recibir a los clientes. Aunque estaban bien diseñados, los Lincoln tenían que replantearse su función para responder al contexto y necesidades humanas de los clientes. Los esfuerzos de diseño posteriores dieron sus resultados: las ventas en China se triplicaron en 2016.

Donde convergen estos tres libros es en la idea de que escoger un campo de estudio es menos importante que encontrar formas de expandir nuestro pensamiento. Es una idea de la que también se hacen eco otras publicaciones: A Practical Education, del profesor de negocios Randall Stross, y You Can Do Anything, del periodista George Anders. Los seres humanos pueden importarles a los alumnos CTIM del mismo modo que los alumnos de literatura (incluido quien escribe, que empezó la universidad para estudiar informática) pueden investigar de manera científica. Debemos evitar que el postureo interdisciplinar nos haga aferrarnos a lo que mejor conocemos. Para un martillo, todo son clavos. Porque, ¿en qué gran desventaja nos colocaríamos a nosotros mismos –y al mundo entero– si obligáramos a nuestras mentes a plantear todos los problemas de la misma manera?

Autora: Teresa Woods / Fuente: Harvard Business Review

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