En la cibereconomía revive el trueque, se cambian servicios por datos
24 de Abril de 2018 - Destacados
Hace siete años, después de la crisis financiera, el antropólogo David Graeber publicó un provocativo libro llamado “En deuda: Una historia alternativa de la economía”, el cual cuestionaba cómo los economistas consideraban la deuda, el crédito y el trueque.
El Sr. Graeber argumentaba que los economistas tendían a suponer que la historia financiera se había movido a lo largo de una clara línea evolutiva: primero, las llamadas ‘personas primitivas’ se habían dedicado al trueque (intercambiando alimentos por ropa, por ejemplo); luego adoptaron el uso del dinero (imagínate las antiguas monedas de oro); por último, acogieron el concepto de deuda (también conocido como bancos modernos, hipotecas y tarjetas de crédito). Si bien esta imagen parece tentadoramente fácil de entender, el Sr. Graeber insistió en que estaba completamente equivocada. Él señaló que las simples sociedades antiguas contaban con complejos sistemas de crédito y de trueque que no desaparecieron cuando surgió el dinero. Para decirlo de otra manera, la historia no siempre se mueve en una sola dirección; el trueque, el crédito y el dinero pueden coexistir, y, de hecho, lo hacen.
Es una idea que urgentemente necesitamos redescubrir, pero esta vez en relación con los titanes tecnológicos. Durante las últimas semanas, ha surgido un escándalo en relación con las revelaciones de que las grandes empresas de tecnología como Facebook y Google han estado recolectando datos de consumo con fines comerciales.
A primera vista, esto parece ser explotador. Pero, a cambio de entregar sus datos, los consumidores han recibido algo: servicios digitales tales como sistemas de mensajería, mapas, información y aplicaciones. A los indignados tecnólogos informáticos les encanta señalar que los consumidores han recibido estos servicios “de forma gratuita”, ya que a menudo no se requiere un pago monetario; mientras tanto, los políticos (y los grupos de consumidores) se quejan de que las compañías de tecnología también se han apropiado “gratuitamente” de los datos de los consumidores.
Quizás una mejor manera de enmarcar estas transacciones sea revivir ese antiguo término: “trueque”. Los directores ejecutivos de Silicon Valley a menudo se autodescriben como visionarios pioneros que crean innovadores modelos para hacer negocios; pero lo que los consumidores y las compañías tecnológicas han estado haciendo es trocando servicios por datos personales, del mismo modo que los cazadores-recolectores pueden haber trocado bayas por carne. Pudiéramos haber pensado que la economía del siglo XX se basó en el dinero, pero la cibereconomía de comienzos del siglo XXI también está parcialmente basada en el trueque.
¿Esto importa? Un antropólogo pudiera decir que no. Pero la mayoría de los legisladores, líderes empresariales y consumidores podrían no estar de acuerdo.
En primer lugar, la naturaleza exacta de lo que se estaba intercambiando aquí — el gran volumen de datos que las compañías tecnológicas estaban recopilando y su intromisión en nuestros mensajes, preferencias y opiniones políticas más personales — posiblemente le era ajena a los consumidores. Pocos de nosotros tenemos el tiempo o la experiencia legal para leer o completamente comprender las largas secciones de términos y condiciones que aparecen antes de que podamos acceder a los servicios digitales.
También es justo decir que nuestros líderes, leyes y modelos económicos no están preparados para lidiar con un mundo en el que el trueque es mucho más que una curiosidad histórica. Los economistas, por ejemplo, no tienen ninguna manera real de incluir el trueque en su visión de la economía, ya que tienden a medir todo según el precio. Los artículos “gratuitos”, como las aplicaciones o los intercambios de datos, mayormente se ignoran en los datos relacionados con el producto interno bruto (PIB). Los abogados no saben cómo lidiar con el trueque cuando se trata de cuestiones de antimonopolio o de abuso del poder monopolizador, ya que el concepto estadounidense de antimonopolio y de colusión supone que la forma de medir la explotación del consumidor es ver si se le ha cobrado precios excesivos en términos de dinero.
Mientras tanto, a los consumidores no se les ha ofrecido una alternativa que remplace los intercambios de trueque que impulsan la economía digital, o tan siquiera la posibilidad de considerar cómo pudieran estructurarlos de manera diferente. ¿Es “injusto” si Facebook (o cualquier otra entidad) se apodera de todos tus datos a perpetuidad a cambio de permitirte tener acceso a medios sociales gratuitos? ¿Este trueque realmente representa un buen valor? Y ¿existe alguna manera de tener gradaciones en este intercambio, y permitir que los consumidores negocien unos mejores términos?
Afortunadamente, un debate acerca del tema está, aunque tardíamente, comenzando. Los legisladores en Europa están limitando los datos que las compañías tecnológicas pueden capturar. Mientras tanto, algunos empresarios tecnológicos y científicos de datos están intentando introducir más claridad — y dinero — en estos trueques haciendo campaña a favor de que los consumidores obtengan una adecuada propiedad sobre sus “activos digitales”, (es decir, sus datos personales), para que puedan “venderlos” en transacciones claras.
En varios sentidos, esto suena sensato y, si alguna vez convirtiéramos este trueque en una venta, representaría otro giro de la historia. Pero existen algunos significativos impedimentos: ¿pagarán dinero los consumidores por servicios cibernéticos? ¿Puede la cadena de bloques, una base de datos electrónica para transacciones, realmente actuar como un ‘libro de contabilidad’ de datos? ¿Es probable que los gobiernos alguna vez introduzcan la legislación necesaria para que esto funcione?
Por ahora nos quedamos en el limbo: nuestras leyes y nuestros modelos presuponen que tenemos un mundo basado en el dinero; pero nuestros teléfonos celulares y nuestras computadoras portátiles operan con intercambios de trueque que apenas entendemos. Cuando menos, esto muestra que es hora de adoptar una visión más amplia y, me atrevería a decir, antropológica, de la economía. El dinero, por sí solo, no siempre hace que el mundo gire, y menos el mundo de la tecnología.
Fuente: Diario Libre